Cerebros que discriminan a los pobres
21/11/2007 - 12:26:00
Autor: Orlando Barone


Lula, el presidente de Brasil, acaba de decir algo que sirve para nosotros. Dijo que “siempre que uno intenta ayudar a los más necesitados, aparecen los celos. Los que más tienen no quieren que los demás tengan lo mismo". Para Lula “los ricos no pierden nada, pero no quieren que los pobres tengan lo que ellos tienen. Y si se trata de pobres que son negros, es aún peor. Sé que existen universidades en Brasil -dijo- donde compañeros negros son amonestados por ser negros y estudiar gratis, gracias a los cupos del Gobierno. Los blancos que pagan -porque tienen para hacerlo- no quieren que aquellos estudien gratis. Los discriminan".
¿Y por casa como andamos? Aquí hay gente a la que se le paran los pelos rubios si el Estado da subsidios a los muy pobres. Y que cuando un gremio obtiene más aumentos salariales que otro, se enoja con la vida.
Y expertos que siempre que los pobres obtienen algún aumento de sueldo dicen que generan inflación. Gente que no entiende que un presidente acuda más rápido en ayuda de los que boquean en el agua porque están por ahogarse, que de los que ya están a salvo en tierra firme y tomando un daikiri.
Lula da en el clavo cuando señala la resistencia de los que más tienen a que los que no tienen obtengan un poco con ayuda del gobierno. No es celos Lula: es mezquindad. Ceguera social. Infundado complejo de superioridad de clase. Sindrome de medio pelo. De discriminación ancestral.
Lula acusó también a los ricos de adoptar el doble discurso. "Al hablar -dijo- todos son democráticos e igualitarios, pero a la hora de compartir el pan, hay gente que quiere más pan que el otro”.
Aquí también hay gente que simula pensar bien si dice que los pobres son pasto de los intereses de un Gobierno; gente que simula pensar bien cuando dice que los pobres-pobres son llevados a votar de las narices con el señuelo de un subsidio. Que a cada gobierno popular lo acusa de demagógico y de enviciar a los pobres. Esto es tan antiguo que parece increíble que todavía subsista. Recuerdo que cuando la gran inundación de Santa Fe, naturalmente que el Gobierno tuvo que salir a socorrer a los damnificados más graves. Una señora en una reunión dijo lo más campante -y sin que se le cayera la alcurnia- que había ido a comprar un celular y estaban agotados porque los compraban los pobres con lo que el gobierno les daba para comprarse chapas. No quisiera imaginar qué pensaría ella de los inmigrantes limítrofes ni de los que duermen en las calles. Lula habló en el Día de la Conciencia negra. Dijo “que el cambio del prejuicio no lo va a producir solamente una ley o una decisión, porque es una cuestión cultural. Algo que se ha impregnado en nuestro cerebro. Y eso cuesta mucho tiempo desterrar”. Aquí hay cerebros- me hago cargo de lo que digo- a veces muy cerca de uno, que desean que hubiera una isla para enviar allí a los piqueteros, a los villeros, a los indigentes, a los drogadictos, a los que no son de aquí, y a los vagos que se hacen tatuajes y en vez de trabajar se la pasan haciendo artesanías. Hay gente que está bien pero se enoja si se ayuda al que está mal, porque cree que el que está mal se lo tiene merecido. Gente que cree que vota bien porque está bien, y que el que está mal vota mal.
Lula da en el clavo. Es un tema de cerebro. Pero no de coeficiente sino de sentimiento. Cuánto cuesta ser uno y ser el otro; cuento cuesta ser el “nosotros” sin excluir al “ellos”.

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