Sociedad
OPINION
Un camino distinto hacia la biblioteca
Por: por Beatriz Sarlo
A la vuelta del lugar donde trabajo hay un negocio tradicional repleto de libros de arte, sobre un pasaje de edificaciones simétricas, silencioso, en el centro de Buenos Aires. Hace unos días compré un libro allí. La forma en que llegué a ese libro es uno de los caminos posibles y, si lo describo brevemente, es sólo para dialogar con algunos lectores que me planteaban una especie de oposición de hierro entre internet y los libros.
El camino hacia el ejemplar encuadernado y guardado en una caja tan resistente como sus tapas tuvo sus idas y sus vueltas. Ojeaba una revista española y quedé absorbida por la reproducción, en blanco y negro, de un cuadro del para mí desconocido Gerardo Rueda (nacido, me enteré en ese momento, en Madrid en 1926, y muerto hace diez años). Al día siguiente busqué imágenes en la web y, por supuesto, como allí está todo, encontré varias en colores. La impresión que tuve al mirar la revista fue una especie de sueño premonitorio, porque, en realidad, en la reproducción en blanco y negro no se podía ver lo que Rueda hacía con maderitas, tejas, cajitas, disponiéndolas sobre un fondo donde destacaban las texturas como huellas de una ciudad arcaica.
Por unas horas pensé que con lo que había encontrado en la web era suficiente, pero así como de la revista había pasado a internet, de allí pasé a la librería. Si internet está en el medio, nada es suficiente, porque siempre hay un más allá, sobre papel o virtual, que puede atisbarse. Nada de esto es demasiado interesante excepto el camino seguido: revista, web, libro. Y del libro, seguramente, de nuevo a la web, ya que hay referencias impresas que espero encontrar en alguna página de internet, porque ahora tengo la lista de todos los museos que incluyen obra de Rueda. Este camino hacia el libro es nuevo. Y, por supuesto, me dejó pensando. La web es una caja de herramientas. Quien mejor maneja el martillo o el estornillador, mejores cosas lograrácon la caja virtual. A diferencia de la televisión que pide muy poco de quienes se sientan frente al aparato, internet es exigente porque es peligrosamente especular: se encuentran respuestas a las preguntas que uno plantea, pero, por un lado, las preguntas hay que saber hacerlas; y, por el otro, las respuestas hay que saber buscarlas. La experiencia de gente que sabe buscar en libros es la mejor que puede llevarse a las búsquedas online. La caja de herramientas no produce nada sola, excepto el reflejo del propio buscador. Se puede naturalmente bajar media pantalla de algún sitio y pegarla en una monografía, pero eso es usar internet como un cazador que sigue a una sola presa, se mueve lentamente, no sabe qué otras presas existen, no tiene idea de cómo debe cambiar de instrumento según lo que busca, tiene poco olfato y sólo distingue la huella conocida. O sea, alguien que no es verdaderamente un cazador. Por eso, porque hay muchos cazadores que no conocen su oficio, internet suele convertirse en un espacio especular, el espejo donde se refleja más o menos lo que ya se conoce: la canción escuchada de Led Zeppelin en una mala traducción al castellano; el falso poema de Borges titulado Instantes (donde un Borges ridículamente sentimental afirma que no se comió en vida los suficientes helados ni dio las suficientes vueltas en calesita: imagínense a Borges escribiendo esa pavada); el blog de alguien que divaga sobre poesía sin mencionar nunca un libro de poemas.
Esa internet refleja sólo el hecho de que alguien no ha aprendido todavía a usar la caja de herramientas. Existe otra internet más interesante: la web de la trampa estudiantil, con páginas de título sublime como El Rincón del Vago , donde los usuarios cuelgan generosamente pequeños trabajos escolares o malos trabajos universitarios que otros usuarios pegarán en sus monografías. Esa Internet rucha es, sin embargo, simpáticamente solidaria en la industria del engaño. No se puede sentir grave indignación intelectual, porque pone en juego un uso ingenioso de la pereza. Los usuarios son también espejos unos de otros: los que cuelgan trabajos piensan (como quien cuelga un clip o un MP3) que, por intervención de la divina providencia, algún día (próximo) ellos encontrarán en esa misma página lo que necesitan para redactar la monografía con que aprobarán una materia, descontando que el profesor no sea un perro de presa y busque él también en El Rincón del Vago para comprobar si su alumno lo está pasando. La internet especular no exige un domino diestro de la caja de herramientas. Pero la otra internet, la de los cazadores avezados, que saben husmear las páginas de resultados de Google, que intuyen si sirven o no mirando su peso en kilobytes, que finalmente pueden buscar en alguna otra lengua que no sea la propia, es el universo convertido en caos. Pero es, antes que nada, el universo y sus límites son los de los navegantes. Hasta hoy, Internet rebota en los libros y los libros rebotan en la web. La palabra de moda es sinergia, según el diccionario de la Real Academia colgado en la web: "Acción de dos o más causas cuyo efecto es superior a la suma de los efectos individuales".
Domingo 25, noviembre 2007
Clarín
http://www.clarin.com/diario/2007/11/25/sociedad/s-01546036.htm