¡Viva el monumento al tango! Pero el tango no necesita monumento
07/11/2007 - 11:20:00
Autor: Orlando Barone
Su destino como pieza escultórica podría o no aspirar a la eternidad.
No hay ninguna garantía. Hay monumentos y estatuas que una vez descubiertos corren el riesgo del olvido. De entre los casi dos mil monumentos y estatuas que hay en la ciudad muy pocos son los que prevalecen como imágenes frecuentes de la memoria.
Podríamos preguntarnos cuántos de estos altares de piedra o bronce, o de metal barato de esos dos mil emplazados en Buenos Aires, recordaríamos y sabríamos dónde están sin ayuda de un catálogo. Pero ya el monumento al tango está. Y simboliza el arte, la marca, el espíritu que representa a los argentinos en el mundo.
El acto de soberbia se ha cometido. Es el tango no otra música, ni otra simbología ni ninguna otra virtud argentina la que se ha elegido para representarnos. El homenaje no recae sobre un nombre o un protagonista humano -sea ídolo o héroe- sino sobre un arte, sobre un género de expresión colectiva. Se podría objetar que el tango remite expresamente a la ciudad; a lo urbano. Que desplaza injustamente al folklore: a la poesía y la música ancestral del litoral, el estero o la quebrada. Que privilegia el bandoneón, que es alemán, y posterga a la quena y al bombo. Pero lo cierto es que el tango se fue haciendo planetario y global.
Y paradójicamente sigue infiltrado de gauchismo. Lo alimentan el mate, la épica del macho, la milonga, el turf, la partida de naipes y el menú carnívoro nacional.
Y el intrínseco saber que lo que aquí se sueña, se sueña desde el fin del mundo.
Como rastro de identidad el tango trasciende lo argentino más que cualquier prócer, más que cualquier mito popular. Y más que la bandera.
Porque la gente del mundo no identifica todas las banderas y menos las de países que no dominan ni desean conquistar a ningún otro.
De modo que ahora hay un monumento al tango. Y es como si se hubiera levantado un monumento a “lo argentino”. Es que el efecto inmigración le ganó a lo criollo; el puerto, al campo; la metrópolis a la pampa.
Gardel a Atahualpa Yupanqui. Y el rabioso y desgraciado “Cambalache” le gana a la zamba feliz con el bucólico y desolado paisaje. Si es justo o injusto no lo sé. Es. También la Francia de provincias asume que Paris es Paris y los italianos del norte y del sur que Roma es Roma. A lo mejor también es injusto que el modesto obelisco sea más famoso que el grandioso monumento a la bandera de Rosario, o que sea más famosa esta ciudad que todas las otras. Y que este río de la Plata mugroso tenga más celebridad que todos los ríos y mares límpidos que bañan la Argentina.
Claro que el monumento, que ya agitará las debidas discusiones estéticas o interpretativas, va a tener que desafiar el olvido. Y resignarse al óxido y a alguna emporcada subrepticia. Pero no importa. El tango no depende de ningún monumento. El tigre es tigre sin que haga falta llamarlo tigre.
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