Diciembre es como un Bing Bang con nosotros adentro
06/12/2007 - 13:00:00
Autor: Orlando Barone
Todo cuanto pasa en la ciudad ya tiene el síndrome de diciembre; la alienación de las fiestas. Lo que define la implosión es la expresión facial de los taxistas. Tienen su clímax en ese instante en que el taxista se encuentra con el tránsito bloqueado por la marcha del partido proletario revolución o muerte. Cautivo en el auto el taxista se tensa como un nervio expuesto tocado por una lija. Pasa todo en diciembre. Un descalabro masivo voluntario practicado con unción por millones de usuarios. Hay horas del día en que entre el calor, la gente y los autos, y esos camiones de reparto y esos ómnibus que necesitarían una bisagra para doblar en las esquinas, se produce un caos o big bang cuyo desbande trepana las cabezas. O lo que queda de ellas después de todo un año.
Cabezas colmadas de ansiedad, de deseos, de aguinaldos, de vacaciones, de fiestas con la familia buena y la familia mala; cabezas de adúlteros que sienten que las fiestas los separan; de viejos “hinchados” de ser llevados como paquetes a pasar la Navidad a la loma del trasero; de jóvenes que en lo único que piensan no es en festejar con la familia, sino en salir con los amigos apenas pase el brindis. La calle Florida es la entrada al infierno del Dante. Una avalancha de paseantes, turistas, vendedores ambulantes, estatuas vivientes, delivery en patines, puestos de diarios que parecen shoppings, de flores que parecen viveros, de mendigos nacionales e importados. Y de los que caminan comiendo superpanchos y chorreando mostaza, y de los nenes que chupan el helado y salpican al voleo. Y de los que bailan tango y sudan y se secan con una toalla que ya lleva de uso una semana. Y de los curiosos que se paran a verlos.
Y de los que cantan o hacen que cantan porque si cualquiera canta en un escenario también cualquiera puede cantar en la calle; y de los que ofrecen dólares al paso, y hasta Patacones firmados por Ruckauf como recuerdo; y de los que fanfarronean pavaonéandose con regalos de marca; y de los que van hablando con el celular en voz alta, siempre, como si en el extremo de la mano les hubiera salido un munón de metal con luces titilantes. Y los que roban celulares o carteras, y los que roban tiempo preguntando donde queda ese lugar que tienen enfrente; y los que vienen por Florida con sus caras cargadas de fracaso y se les nota que le echan la culpa a la Argentina y a los gobiernos, cuando si se culparan a si mismos serían muchos más justos. Y hasta se perdonarían, porque no hay país que salve a uno del fracaso, porque el fracaso tiene más éxito que el éxito. Somos un enjambre de la condición humana lanzado al desenfreno de la fiebre consumista. Porque en diciembre ya no somos ciudadanos: somos consumidores. Y hasta los que no consumen, consumen las ganas de los que consumen. De los que consumen bombitas de plástico para el arbolito de plástico donde se pondrán regalitos de plástico. Y también esos regalitos de compromiso que si fuéramos sinceros no haríamos.
Cunde una angurria navideña de almacenaje calórico y de colesterol y de grasas trans. Angurria de ex pollo, de moldes de empanadas, de pio nonos, de pecetos y de mayonesa como si se pronosticara una hambruna africana. No hay freezer que aguante. Las vidrieras, la publicidad y los medios nos tratan y soban como consumidores. Y también nos vamos consumiendo. En estos días se besa y se saluda tanto al azar que el beso está de oferta y corre el riesgo de gastarse. Qué fiesta son las fiestas.
http://www.continental.com.ar/noticias/516567.asp