Los estudiantes argentinos tienen las orejas de burro
05/12/2007 - 13:01:00
Autor: Orlando Barone
La Argentina tiene una de las Ferias del Libro más multitudinarias del mundo y es la vez uno de los países con estudiantes peor calificados en la comprensión de lectura de textos.
En la Argentina cada vez se consume más carne: alimento de alto rango proteico y plataforma ideal para incorporar conocimientos, y sus estudiantes son de los peores en la comprensión de la matemática y la ciencia.
La Argentina proyecta una ampliación de la ya vasta Biblioteca Nacional, que se enorgullece de haber tenido como directores a Paul Groussac, Lugones y Borges, mientras la Educación del país desnuda una dramática declinación en los jóvenes que estudian.
Se crea un nuevo ministerio consagrado a la tecnología y a la ciencia, pero el nivel de nuestros estudiantes se consagra en la ignorancia o la “desinteligencia”.
La Argentina es paradójicamente paradójica: reluce con circuitos de excepcional oferta artística y cultural, con famosas cadenas de librerías y salas de teatro, y sus estudiantes acaban descendiendo a los puestos 53 y 52 entre los de 57 países.
Los resultados de la evaluación internacional realizada por el reconocido programa PISA, entre cuatrocientos mil alumnos, hacen retrotraer la caída de argentinfrancoa, a la crisis que comienza en el año 2000.
Que nuestros jóvenes hayan quedado apenas menos descalificados y humillados que los de Qatar y Kiguistán (países que nos resultan extraños y remotos) transparenta no el fracaso exclusivamente de ellos sino el de la sociedad en la que viven. Y por lógica en la de quienes fueron y son sus ministros de educación, sus maestros y sus padres.
A pesar de este retrato seguramente muchos de estos padres seguirán diciendo que sus hijos son despiertos, inteligentes y geniales porque son rápidos para chatear y decirse boludeces en los mensajes de texto.
En tanto seguimos presumiendo de la propensión argentina al alto consumo de banda ancha, de computadoras, de celulares de última generación y de exigencias de autos cada vez más sofisticados. Nos puede el diseño más que la sustancia.
Cuesta conjugar todo ese esplendor con la situación de que los jóvenes argentinos destinados a consumir la modernidad sean tan burros. Aunque me queda una duda: ¿Y los adultos qué somos? ¿Burros fantasiosos que siguen creyendo que alguna vez fueron cultos o es que las nuevas generaciones nos salieron falladas? Y seamos prudentes en tratar con suficiencia intelectual a los chinos y coreanos que nos atienden en las cajas de los supermercados: porque son sus jóvenes quienes obtuvieron las mejores notas en matemática y lectura.
Pensar que hay gente tan burra, pero tan burra, que todavía cree que lo peor de la crisis argentina de hace seis años fue el corralito. Y que con una buena producción de soja se sale del Purgatorio y se ingresa al Paraíso.
Los que aquí tienen las orejas de burro más grandes no son los jóvenes: somos nosotros, los adultos.
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