Madre, en tu día no hay demagogia que alcance
19/10/2007 - 12:15:00
Autor: Orlando Barone
No es tan fácil para los hijos, cuando son chicos, entender el concepto de “madre hay una sola” habiendo tantos millones de madres. ¿Por qué padre no hay uno solo? Depende. Pero lo del padre desorienta.
El día de la madre, también llamado el día de los electrodomésticos y, más modernamente, el día de los regalos tecnológicos, es en realidad el día más demagógico. Son demagógicos los avisos de propaganda, la dulzonería mediática, y son demagógicos los hijos, las nueras y los yernos. También las madres. Que ponen su imparable dosis de empalagamiento y que ese día se sienten las creadoras de la vida sobre la tierra.
Cualquier mujer, en general, puede tener hijos. Es algo humano, no extraterrestre. Incluyendo adopciones y probetas. Sobran madres y sobran hijos y sin embargo cada madre termina por creerse que lo que ella ha dado a la vida es un hecho colosal para el asombro; a un hijo mejor que los otros hijos de todas las otras madres. Mejor que los de la cuñada, o los de la vecina. A veces hay hijos medio lentos que se lo creen.
Si por algo hay que celebrar a una madre es por perdonar y absolver a sus hijos, cuando al verlos ya grandotes por no decir otra cosa, le demuestran que las expectativas que la madre puso en ellos han sido inútiles.
Y que un hijo al que ella auguraba como un genio es hoy ese adulto o esa adulta de cabeza reducida por los jíbaros. Y vaciada lentamente por dormirse con la televisión prendida mirando un programa antineuronas.
Hay una fábula insuperable sobre la madre. Deja chiquito así a ese tango de Betinotti, “Pobre mi madre querida”, donde el hijo hace sufrir tanto a la madre que merecería una buena paliza aplicada con tormentos.
La fábula a que me refiero supera a “La madre” de Máximo Gorki, a la “Madre coraje” de Bertold Brecht, a la madre diván de Woody Allen, y hasta a la madre sufrida de Riquelme. La fábula es la siguiente: la malvada, que tiene seducido hasta acá a un aldeano caliente, le pide una prueba de su amor. ¿Qué más querés mi reina? le dice el “pollerudo” que ya dio todo en la cama del bosque, y por hacerle regalos se gastó el contenido del único cajero automático. La malvada lo acecha entre la hierba apenas cubierta por un pétalo de margarita, uno solo. Sabe que su amante es hijo único y que la rival invencible es la madre que le da la sopita en la boca de a gotitas, desde su propia boca. Como los gorriones.
Entonces, quitándose el pétalo y entreabriendo sus labios hinchados como picados por un enjambre, la mala le dijo: “Quiero que me traigas como prueba el corazón de tu madre”. El tipo no duda: verla allí echada y sin el pétalo lo tenía de la cabeza. Literalmente hablando.
Va a la cabaña donde dormía la madre y la despacha. Con el puñal escarba y le arranca el corazón. Y corre con él chorreando sangre de madre entre las manos. En mitad de camino -de tanto ardor de pensar que la mala estaba sin el pétalo esperándolo- tropieza y se cae, y el corazón rueda por el suelo. Y mientras el “pollerudo” trata de levantarse todo magullado, oye que el corazón de su madre estrellado contra un cactus pinchudo, le dice: "¿Te has hecho daño hijo mío?"
Esta madre sí que se pasó de madre.
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